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el crónicol

RESPUESTA A LIBNI. EL BIG BANG Y DIOS.

Rafael Ariza

Veo un comentario al articulo "El Big Bang y Dios", firmado por Libni. Este artículo era a su vez respuesta a otro de Fernando Iñigo publicado en Aragon Liberal, así que bien estará añadir un eslabón más a la cadena, eso es comunicación.

El comentarista viene a decir que él puede afirmar que el Big Bang no existe y que el Universo fue creado por Dios, que creó todo lo que se halla a nuestro alrededor. Por supuesto que puedes afirmarlo, lo que pasa es que toda afirmación necesita un razonamiento que la apoye, eso para pretender ser algo más que, en el mejor de los casos, la expresión de un deseo, y en el peor, una imposición. Por supuesto, eso no significa que una afirmación sin apoyo razonado no pueda ser cierta, pero tampoco significa, me temo, con el mismo grado de probabilidad, que no pueda ser falsa.

Así las cosas, no queda otro remedio que incarle el diente al comentario y al tema planteado que es ciertamente duro de roer, lo máximo que podemos perder es el diente.

Si (si condicional) Dios creó el Universo, hace algo así como 15.000 millones de años, siendo ésta la edad que le viene a calcular la ciencia al Cosmos, habrá que admitir que no nos creó a nosotros, ni a los animales, ni a las plantas, ni a los planetas, ni a las galaxias, realidades que, evidentemente, surgieron mucho después, a lo largo de todo ese tiempo. Nosotros en concreto no existimos sino practicamente desde hace un ratito, casi nada, el fenómeno que llamamos vida hace un poco más, pero en todo caso una minucia en el largisimo periplo de las mareas de partículas chorreantes de energía. Así que, si Dios creó el Universo en el sentido que parece plantear el comentario, su acto de voluntad, consistió en poner en circulación una inmensa cantidad de particulas elementales que entrechocaban unas con otras enloquecidamente. Eso durante miles de millones de años. No parece que tenga mucho sentido como acto de creación.

Naturalmente, la más perfecta estructura creativa que ha generado éste Universo, el cerebro humano ha sido capaz de salvar el absurdo. Para ello ha recurrido a lo que se llama la creación contínua, se trata de que el acto de la creación fue el arranque del plan de Dios, que ha venido desarrollandose hasta hoy, y cuya finalidad era llegar al ser humano dotado de alma inmortal. Que en todos los sucesos, el Dios creador ha venido interviniendo activamente, hasta llegar al momento actual. Cada cosa que ha sucedido, cada intercambio de electrones entre dos átomos, cada despanzurramiento cósmico, cada suceso, es directamente reconducible a un acto de voluntad de Dios. Ahora bien, ante semejante panorama, podemos, legítimamente, parafrasear a Carl Sagan, que ante la cuestión de la existencia de vida más allá de la tierra, exclamó : si no es así ¡cuanto espacio desperdiciado!, y podemos decir nosotros, si la finalidad era crearnos a nosotros dando tan descomulales rodeos ¡cuanto tiempo desperdiciado!, ¡y cuantos vidas desperdiciadas, y cuantos paisajes perdidos para siempre y cuantos sucesos perdidos en la nada!. Ni la persona menos sensible puede reprimir un profundo  espanto ante semejante universicio cometido en nuestro honor.

También para ésto ha encontrado solución el cerebro humano. Es la Creación Discontíuna. Así Dios ha intervenido en el momento incial, y posteriormente sólo en momentos puntuales, cuando hacía falta para guiar la nave a buen puerto, todo lo demás es cosa nuestra. Hay que reconocer que la cosa está un poco traida por los pelos. Le estamos atribuyendo a Dios un comportamiento totalmente humano, lo que por una parte es pecado de soberbia, y por otro nos pone en peligro cierto de terminar teniéndole que dar la razón a Feuerbach, en el sentido de que nuestro Dios es uno hecho a nuestra imagen y semejanza.

Parece pues, que la radical afirmación, Dios Creo el Universo, produce produce huesos que nuestros dientes no son capaces de roer, ni nuestros estómagos de digerir. Hay que prescindir, al menos de momento, de tan incómodo axioma y plantearnos las cosas de otro modo.

Lo que si es cierto es que algunas cosas, seguramente todas las cosas, no sugiere la existencia de algo más de lo que vemos. Parece deducirse de lo que vemos y de lo que sabemos, que el Universo es tendencial, no determinado sino tendencial. Que a lo largo del todo el tiempo sobre el que podemos investigar, con permiso o tal vez incluso con la complicidad de la segunda ley de la termodinámica, se han venido desarrollando entes de creciente complejidad, nosotros somos buena prueba, la mejor prueba de ello, y que ese proceso no ha llegado a su fin. El universo hace algo, algo por si mismo quiero decir, se comporta como una unidad. Una unidad de la que formamos parte nosotros, y todas las demás cosas, que no es estática sino dinámica. Parece existir un "elan", un impulso vital del que participan todas las cosas. Desde que podemos saber esa unidad ha estado estrujando las masas de particulas energéticas produciendo entidades cada vez más complejas, complejas en el sentido de ser cada vez más capaces de hacer nuevas cosas, que a su vez generan el deseo de nuevas acciones. Suponer que ese proceso tiene mucho que ver con eso que llamamos Dios, no es una idea descabellada. Más aún, en éste momento en que la materialidad de esas particulas, divinizadas hasta hace poco, se nos están diluyendo en la inmaterialidad, considerar que el Universo en sí mismo es el proceso, nos acerca más a la realidad que cualquier otro posibilidad. Basta dar un pasito más para decir que Dios es el proceso, de donde podemos sostener, sin perder pie, en la medida en que es posible no perder pie en éstas cuestiones, que Dios es el Universo, o al reves, para no caer en un abismo panteista, que el Universo es lo que de Dios podemos saber con nuestras actuales capacidades.

Ya no es necesario un Dios Creador, que nos obliga a buscarlo en el pasado, sentado en una nube, sopesando la posibilidad de crear el Universo, o permanecer "in aeternum" sentado en su nube. No necesitamos ya un acto mecánico y externo de creación, por muchas razones, las expuestas y otras no expuestas, dificil de digerir, podemos intuir una generación desde dentro de todas las cosas, una encarnación progresiva y exponencialmente creciente, en el sentido de lo propuesto por Teilhard de Chardin. El punto Omega, el final del camino es otra cuestión. Tampoco tenemos que recurrir ya la Dios Legislador, humano demasiado humano. Podemos rescatar la idea de Dios de los extrarradios conceptuales del Universo, y verlo, los que lo vean, en las cosas que indudablemente participan de ese "elan" sin agotarlo.

Así frente a la expresión "Dios Creo el Universo", podemos decir "Dios es el Universo", y seguramente estaremos más cerca de acertar, sin menospreciar por ello ninguna otra alternativa.

 

Rafael Ariza.

 

 

UN MODELO DE FAMILIA OLVIDADO

   

                                    Por Rafael Ariza Guillén.

 

                                    Los partidos políticos que concurren a las próximas elecciones, y muy especialmente el del Gobierno, que tanto pretende haberse distinguido en aras del progreso y la libertad, en la defensa de la “normalización” de todos los modelos de familia, han olvidado, postergado despreciado y abandonado flagrantemente un modelo de familia que reclama no solo reconocimiento como los demás, sino el mayor respeto y apoyo institucional y social. Es la familia monoparental sin hijos.

 

                                    Se trata de un modelo familiar tan válido como cualquier otro, ante cuya problemática especifica no puede permanecer insensible una sociedad avanzada y progresista, y sin embargo por desgracia así es. La incongruencia de nuestros gobernantes llega en éste tema al paroxismo. En los textos de la asignatura de educación para la ciudadanía no se hace ni una sola mención a la familia monoparental sin hijos, como si no existiera, y eso que incluso esos textos llegan a mencionar, aunque sea como residuo histórico, a la familia tradicional católica, pero a la monoparental sin hijos en ningún momento. ¿Un olvido o una maliciosa discriminación?

 

                                    No me vengan con la objeción de que al estar constituida por una sola persona no puede ser una familia. Si la familia tiene su fundamento en el amor, y todas las formas de amor son igualmente respetables, porqué entonces esa discriminación del amor propio, que es el que caracteriza a éste modelo familiar. O si se quiere decir de forma más poética, que tiene de malo el amor platónico como fundamento de la familia. Tampoco jurídicamente se puede encontrar objeción alguna a éste modelo familiar, por otra parte tan extendido. Si nuestra legislación contempla la sociedades unipersonales, porqué no se van a admitir las familias unipersonales.

 

                                    Nuestros gobernantes deben superar lo hecho hasta ahora en política familiar. Cuando se abre el melón, hay que comérselo entero. Si  nuestra sociedad ha abierto sus miras a todos los modelos familiares, la familia unipersonal no puede quedar fuera de la protección jurídica del Estado. Al fin y al cabo la familia unipersonal es la más básica de todas, la más nuclear, y la más democrática porque es la que está al alcance de más gente, digo más, está al alcance de toda la gente. ¿Qué puede haber más justo y democrático, más social y más de todo?

 

                                    Yendo a las cuestiones prácticas, es indudable que la familia unipersonal debe ser considerada, a efectos fiscales, como una unidad familiar. Sin duda es la que más responde al concepto de unidad. Mucho más, por ejemplo, que la convivencia formada por una señora que siempre quiso ser un señor, dos beduinos y una cabra, grupo familiar a todas luces mucho más inestable que la compacta y permanente unidad que forma el individuo consigo mismo. Tal medida debe ser completada con ayudas económicas y sociales de todo tipo a éstas familias, me refiero a las unipersonales no a los beduinos. Y esto debe ser así porque, si bien no existen estudios exhaustivos sobre el esfuerzo económico que conlleva sacar adelante una familia monoparental sin hijos dada la desidia de la que hasta ahora ha sido víctima, las cargas económicas que debe soportar, superan con mucho a las de cualquier otro modelo tradicional o pintoresco. El individuo-familia tiene que salir a buscar fuera lo que no tiene en casa. Así una considerable parte del presupuesto familiar se consume en amigotes o amigotas a los que hacer confidencias tomando una copas, en psicólogos carísimos que les ayuden a enfrentar los rigores de la soledad, o en servicios de compañía o prostitución. En suma un importantísimo desembolso económico que, no nos engañemos, pocas economías familiares podrán resistir a medio plazo sin ayuda pública. Tal problemática no se da en las familias pluripersonales en las que sus miembros siempre pueden, y deben, prestarse ayuda mutua. Pero el individuo-familia ésta sólo.

 

                                    También son precisas, y es urgente que los políticos se conciencien de ello, medidas de carácter social o asistencial. La familia unipersonal puede sufrir una crisis como cualquier otra familia, y en su caso además es mucho más grave. Tener una crisis uno mismo con su misma mismidad, puede llevar a consecuencias gravísimas. No se tome la cosa a broma que es muy seria. Cuantos casos de autolesiones deberían ser considerados violencia doméstica y no lo son por un prejuicio absurdo. Y cuantos casos no habrá de violencia psíquica en las familias monoparentales sin hijos que jamás saldrán a la luz que el Estado no se interesa de ellos. Ser victima de maltrato físico o psíquico en el ámbito familiar es ciertamente terrible y cuantas medidas se adopten para erradicarlo son bienvenidas, pero qué pasa cuando una sola persona es al mismo tiempo la victima y el agresor, ¿no sería lo oportuno que todo el aparato del Estado se volcara en ayudar en situaciones tan sórdidas? Pues bien, es Estado no hace nada.

 

                                    Basta ya de incoherencia, de demagogia, de hipocresía. Señores socialistas, si van ustedes a gobernar otra vez, en ese supuesto caso quiero decir, no dejen el trabajo a medias, acaben lo que han empezado, lleguen a las últimas consecuencias de sus propios planteamientos. La familia-familia es el individuo, ¿no?, pues no lo tengan tan abandonado. Abórdese de una vez el problema en su raíz y presten la protección jurídica y social a la célula fundamental de la sociedad, a la familia por antonomasia, sostén y contribuyente insustituible del Estado, consumidor, votante, moldeable, sufrido y manejable, den un paso más y proclamen sin complejos al individuo como único modelo familiar válido en una sociedad verdaderamente libre y progresista.

 

                                    De una vez por todas las cosas claras. ¡Familia unipersonal, protección integral!

LA FAMILIA

Por Maria del Mar Martinez Marques 

Las causas del fracaso matrimonial devienen de los problemas que atraviesa la institución de la familia. La institución familiar está en crisis y ello redunda en perjuicio de la sociedad. Es verdad que muchas familias sí saben trasmitir a sus descendientes valores relativos a la vida matrimonial y familiar, pero muchas otras no. Vemos a diario cómo progenitores de familias desestructuradas dan ese mismo ejemplo a sus hijos fomentando el odio al otro progenitor. Y no sólo los progenitores sino que incluso a veces los miembros de la familia extensa de esos menores. La preparación desde la infancia al matrimonio, como una comunidad de vida y amor, con ese lamentable ejemplo de los padres no puede sino llevar al fracaso futuros matrimonios. La sociedad debería también asumir el compromiso de preparar a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro, para la vida en matrimonio y para saber educar en la paternidad responsable. También en este punto la sociedad ha fracasado teniendo en cuenta el elevado número de parejas que hoy optan por el divorcio. Con estos antecedentes, cuando llegue el momento de contraer matrimonio no es de extrañar la falta de conciencia del compromiso de unión definitiva y estable. Cuando lleguen las primeras dificultades, efectivamente, el ambiente social en nada va a ayudar a superarlas y los cónyuges, además, no luchan por superar las dificultades. No luchan en parte debido a la desvalorización de lo auténticamente religioso que yo traduciría en la incapacidad de perdón y de ayuda mutua ante esas dificultades.

 

¿Cuáles son las causas del fracaso matrimonial?

 

1.- La falta de conocimiento mutuo de la pareja que contrae matrimonio:

Esta falta de conocimiento puede tener su causa en la falta de madurez psicológica y humana. El conocimiento tan superficial de las parejas jóvenes se debe a que saben todo sobre el sexo pero no sobre la sexualidad, están acostumbrados a vivir de forma independiente y libre, les falta vocación de vivir en unidad y tienen baja tolerancia a la frustración. Actúan basándose en objetivos propios desconociendo los de su compañero/a lo que impide hacer un proyecto común de vida. Así difícilmente se puede reflexionar adecuadamente sobre lo que supone el matrimonio.   

2.- La falta de madurez psicológica y humana:

 

Con independencia de que la inmadurez fundada en raíces patológicas implique una falta de discreción de juicio, también me parece que puede cobrar su importancia la inmadurez afectiva como causa de nulidad. Y me preocupa que el principal síntoma de este tipo de inmadurez pueda ser el interés en uno mismo (narcisismo-egoísmo). A este respecto, Mons. Panizo Orallo, entiende que: “El origen de la deformación afectiva puede estar en relación con diferentes variables, siendo el aprendizaje en el seno de las familias uno de los factores a partir de los cuales y con mayor eficacia se comienza a gestar el desarrollo bueno o malo de la afectividad y la normalidad en el comportamiento de las personas en cuanto a relaciones interpersonales. Familias rotas; familias inafectivas; familias con problemas... crean de ordinario situaciones de desarraigo afectivo, de retrasos, de deficiencias en el desarrollo de la formación de los niños y de los jóvenes”. Muchos jóvenes son incapaces de asumir las obligaciones esenciales del matrimonio debido a la falta de verdadera afectividad a su consorte.

  

3.- La falta de una auténtica conciencia del compromiso de unión definitiva y estable:

Es preocupante la abrumadora ruptura de matrimonios de 20 ó 30 años de duración y la incidencia que en esa ruptura puede tener el ambiente social. Que no se luche por superar las dificultades es debido a la falta de compromiso serio con el futuro del otro esposo, como si ese futuro fuera el nuestro propio. A veces un cónyuge lucha por superar esas dificultades pero el otro se muestra reacio a superarlas sin dar oportunidad alguna a la superación. En este sentido me parece muy importante la ayuda de familia a familia, como indica n. 69 de la Familiaris Consortio. Igualmente, me permito adjuntarle otro artículo en relación a este tema.

 

4.- La falta de libertad en la decisión de contraer matrimonio:

Aunque esta causa esté en disminución no deja de darse. Todavía se producen embarazos no deseados que dan lugar a un matrimonio que fracasa (y si se producen menos es debido a la “alternativa” del aborto). Y todavía hoy se contrae matrimonio para escapar de un ambiente familiar hostil.

 

5.- La desvalorización de lo auténticamente religioso:

 

El sentido y la vivencia de lo religioso y específicamente de lo cristiano tiene una gran importancia en la lucha por salvar un matrimonio. Los matrimonios que fracasan, estoy convencida, han descuidado su aspecto espiritual, han perdido la capacidad de amar y de emplear la razón. En realidad, es esta la verdadera causa de que los matrimonios fracasen. Efectivamente el sentido religioso de la mujer ha contribuido a la estabilidad de matrimonios en dificultad, pero ahora la mujer no es capaz de buscar el equilibrio entre lo bueno y lo malo. La falta de sentimiento religioso se trasluce en la falta de interés de muchas mujeres de hoy por salvar el matrimonio. Y lo que es peor, sienten indiferencia hacia el futuro de su consorte e indiferencia hacia su propio futuro.

 El mensaje de su Santidad Benedicto XVI para la celebración de la Jornada  Mundial de la Paz, destaca la importancia de los medios de comunicación social y su responsabilidad en la tarea promocionar el respeto a la familia: “En efecto, en una vida familiar “sana” se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz”.  

EL ALMA, LA MENTE Y EL CEREBRO

 

 

                                    Por: Rafael Ariza Guillén

 

                                    Dedicado a mi amigo en la polémica, Fernando Iñigo.

 

                                    Agradezco sinceramente a Fernando su dedicatoria en el artículo que publicó el 17 de Febrero en éste Aragón Liberal nuestro, y en justa reciprocidad con gusto le dedico éste, y acepto el reto de, cómo diría Don Quijote, meterme hasta los codos en eso que llaman aventuras ... intelectuales.

 

                                    Completamente de acuerdo en la tendenciosidad evidente de muchas opiniones, digo opiniones porque no llegan a la categoría de teorías, sobre la inexistencia de que lo llamamos trascendencia basándose en desarrollos científicos. Y concretamente, en la línea de tu artículo Fernando,  de acuerdo en calificar de simpleza, (el reduccionismo lleva a la simpleza) la afirmación implícita en el título de Eduardo Punset que citas, “El alma está en el cerebro”.

 

                                    Que los procesos cerebrales son en su totalidad identificables con procesos bioquímicos y eléctricos es una afirmación que nadie puede rebatir. Las pruebas empíricas de ello son muchas, y cuanto más avance la investigación serán más. Naturalmente que la rabia, la ira, el amor, el miedo, la alegría, la pasión o el odio, son perfectamente reconocibles, o lo serán cuando avance más la investigación, en procesos físicos de nuestro organismo. Naturalmente que nuestro cerebro recibe estímulos externos, los procesa como datos, y genera la reacción que, sobre la base de la experiencia acumulada, y con los medios disponibles, resulta más propicio al fin básico para el que está condicionado nuestro organismo, la conservación de la vida. Pues claro que sí, para eso está el cerebro, para procesar los datos, del mismo modo que el estómago está para procesar la comida. Pero cuidado que además de ese, nuestras acciones persiguen otro fin, incluso con más intensidad que la propia supervivencia, ese fin no es vivir más tiempo, sino vivir más profundamente. Ese fin es entrar en comunicación con todo lo otro que no soy yo. Por eso existen la ciencia, la cultura y la religión. Es la tendencia, no sólo a comprender, lo cual nos llevaría a un fin meramente utilitario y para eso ya está el estómago, sino a fundirse con todo lo que no es mi yo pero sé que existe, y sé que existe porque yo no soy la totalidad.

 

                                    Esa tendencia no es reconducible a uno o diez mil procesos bioquímicos o eléctricos, o electroquímicos. Precisamente es lo contrario, los procesos bioquímicos, ciertamente reales, que tanto fascinan a los científicos hasta el punto de llevarlos a la cima de lo existente, a una categoría cercana a lo divino, son en realidad el modo en que la realidad más profunda se hace patente en la materia. Son la forma en la que se hace carne nuestra innegable e ineludible tendencia a la trascendencia.

 

                                    En una primera aproximación a ese proceso (sobre eso ha trabajado mucho Roger Penrose) llegamos a la conclusión de que aquellas conexiones neuronales, cuyo número tiene tantos ceros que es difícil de imaginar, generan algo que no es ya meramente materia interrelacionada, partículas chocando entre sí de acuerdo a un patrón preconcebido e inalterable, sino una realidad más sutil que ciertamente surge de la materia, pero no es ya propiamente materia. Es lo que se llama la mente. En esa cosa  que conocemos como mente, que ni el materialista reduccionista, como dice Fernando, más recalcitrante puede negar que exista realmente, se encuentra eso que nos hace sentir tan felices, como dioses en una palabra, que se llama el yo. Pues bien ese yo inmaterial que parece haber surgido de la materia, digamos como una sublimación, percibe como su destino, como su sentido, como su fin esencial, trascender de lo concreto para alcanzar lo absoluto. Nos guste o no nos guste, o no les guste a algunos, a todos los yos les pasa eso.

 

                                    Aquí viene la segunda parte del proceso, porque del mismo modo que el yo ha surgido de lo meramente material, de ese yo mental, se va haciendo realidad, realidad perceptible quiero decir, si se le deja, una forma de existir, más allá del individual y limitado yo, una forma de existencia cada vez más capaz de integrarse en la totalidad, de participar de lo absoluto por encima de la materia y por encima del yo, aunque aflorando desde esas realidades intermedias. Ese eso, lo que sea, trasciende a nuestra materia y a nuestro yo, pero los contiene, no es algo añadido, u oculto o externo, sino la verdadera sustancia que somos, de la que nuestra materia y nuestro yo, son meras visiones parciales. Si a eso le queremos llamar alma no es darle un mal nombre.

 

                                    Así que puestos a construir frases llamativas, muy bien le podemos dar la vuelta al título de Punset y afirmar, con muchas más posibilidades de acertar que el, por muchas razones respetable y admirable Sr. Punset, “El cerebro ésta en el alma”.

  

                       

     

EL BIG BANG Y DIOS

             Por Rafael Ariza Guillén   

          He leído un artículo interesante en Aragon Liberal firmado por Fernando Iñigo, en el que parece defenderse que el desconocimiento científico del origen del Universo, nos lleva necesariamente a la idea de Dios. Cuidado que la cosa no es tan fácil.  

            La conocida cita de Jastrow, que encabeza el artículo, ciertamente es ingeniosa, incluso sugerente, pero  puede ser interpretada, y me temo que se hace en el artículo, de forma un tanto sugestiva. Decir que cuando los científicos se encaramaron al más alto pico del conocimiento allí estaban los teólogos, esperándoles desde hacía siglos, ésta es más o menos la cita, es admisible, pero decir que “Dios estaba allí”, es dar un salto en el vacío, es pretender recorrer de un solo tranco un abismo, cuya distancia, como mínimo cercana al infinito, hay que recorrer pasito a pasito.

             La teoría del Big Bang, lo que se conoce como el modelo standard, no lleva necesariamente a la demostración de la existencia de Dios. Para empezar el Big Bang es sólo una teoría, o dicho de otra manera la mejor de las hipótesis de que disponemos a día de hoy, pero nada más. Para continuar, aun dando por válido el modelo que es lo máximo que podemos afirmar hoy, en él Dios ni falta ni sobra. No es necesario “a fortiori”, ni tampoco es prescindible “a fortiori”.  Lo que sí podemos afirmar, corriendo el menor riesgo posible de equivocarnos, es que frente al absurdo de un origen “ex nihilo”, de la nada, del Cosmos (el Universo es otra cosa de la que no conocemos prácticamente nada), es razonable pensar que a la existencia en la que nos encontramos debió preceder otra forma de existencia. Lógicamente una existencia no caracterizada por las condiciones espacio-tiempo. Pero hasta ahí. Ponerle nombre (y menudo nombre) a esa forma de existencia y además atribuirle un acto de voluntad llamado creación, y todo ello apoyándonos en la teoría del Big Bang, no es sólo mezclar churras con merinas, ni es sólo especulación, es cometer un error gravísimo de fatales consecuencias. El error de recurrir al Dios “tapa agujeros”. Cuando algo no lo podemos explicar se lo atribuimos a Dios, es el peor camino posible, la historia lo ha demostrado demasiadas veces. Tarde o temprano la ciencia conseguirá resolver el enigma y nos obligará a retirar a nuestro Dios “tapa agujeros” un pasito más atrás. 

             El camino es otro, consistiría en preguntar a aquellos teólogos que los científicos encontraron en la cima del conocimiento por qué camino han llegado ellos hasta allí.  

            Si queremos encontrar, y reconozco que es una necesidad humana insoslayable, una razonada y razonable convergencia entre religión y ciencia, y siendo aún más audaces pretendemos afirmar que deberían ser, porque en el fondo lo son, la misma cosa, la misma búsqueda, no sería un mal camino el que iniciaron las intuiciones geniales de Theilard de Chardin. La evolución como cristificación. La historia de la existencia no como anodina historia del anodino tiempo de S. Hawking, sino como encarnación progresiva e imparable de la realidad plena, para decirlo muy aséptica y modestamente. Tal vez el Alfa se escape a nuestra capacidad de conocimiento actual, y el Big Bang desde luego no nos ilumina en nada sobre ese punto, o, en todo caso, es susceptible de ser interpretado "a gusto del consumidor", pero el Omega, a dónde vamos,  podemos verlo generándose cada día, y cada día más. Podemos interpretar esa contínua complejización, claro está, de muchas formas, pero en éste caso, el proceso, en sí mismo, nos lleva más cerca que ningún otro planteamiento posible, a la idea de Dios. Es un camino, que es ciencia y religión a la vez. Es razonado y razonable. Y es un buen camino.

Una idea mas sobre la convergencia entre ciencia y religión. Preguntémonos que pasó, justo despues de que los científicos llegaran a la cumbre del conocimiento donde les estaban esperando los teólogos. ¿De que hablaron?¿Que se enseñaron unos a otros?¿En que estuvieron de acuerdo?¿Supieron reconocer los científicos que el hecho de que los teólogos estuvieran allí, no era una mera casualidad?¿Supieron reconocer los teólogos que sólo con la llegada de los científicos, aquella cumbre mereció el nombre de cumbre del conocimiento? ¿Ah...?

CUENTO DE NAVIDAD

Por: María del Mar Martínez Marqués
Erase una vez un joven que trabajaba como criado de un señor sin cobrar salario alguno. Simplemente estaba voluntariamente a su servicio en una casa majestuosa de principios del XIX.



(Inspirado en un sueño real).

Erase una vez un joven que trabajaba como criado de un señor sin cobrar salario alguno. Simplemente estaba voluntariamente a su servicio en una casa majestuosa de principios del XIX. La casa tenía una verja en la entrada y en la parte de atrás un enorme jardín pero en una pendiente muy pronunciada. Sólo había césped y al terminar el jardín una valla cubierta de cipreses. La casa estaba situada en medio de una gran ciudad moderna y llamaba la atención a los viandantes. Resultaba, además de anacrónica, un tanto misteriosa. Por eso nadie se paraba delante y todos la miraban por el rabillo del ojo pero sin dejar de andar.

El joven criado no podía salir de esa casa, había algo que se lo impedía. A través de los visillos veía, a escondidas de su amo, cómo se aproximaba la Navidad en la ciudad: las luces, el Belén del Ayuntamiento, el ajetreo de las gentes, la alegría en sus rostros... Nada había dentro de la casa que recordara la Navidad.

Pensó qué hacer para vivir la Navidad y se le ocurrió mandar un mensaje en una botella para que los del exterior le ayudaran a salir de la casa. Así lo hizo lanzando la botella por la pendiente del jardín, en la confianza de que alguien leyera el mensaje de su interior.

La botella rodó y se quedó entre dos cipreses a la vista de los paseantes. Tuvo mala suerte, primero la vio un niño que se entusiasmó, lleno de curiosidad, con la botella. Pero el niño, de corta edad, iba acompañado de su madre, que le hizo dejarla en su sitio inmediatamente apercibiéndole de que no volviera a coger cosas del suelo.

Después pasaron por allí unos adolescentes que naturalmente abrieron la botella leyeron el mensaje y se befaron de su contenido, rompiendo la botella contra el suelo.

El joven había perdido la esperanza de vivir la Navidad al no obtener respuesta a su mensaje. Pero el 25 de diciembre, una mañana muy luminosa, cuando se disponía a llevar el desayuno a su amo, al pasar por la puerta de entrada con la bandeja, vio a través de la ventana una niña que agarrada a la verja miraba fijamente hacia la casa intentando descubrir su interior. Sorprendido con que alguien se parara frente a la casa con tanto interés y sin ningún disimulo, dejó la bandeja en una ménsula cercana y decidió abrir la puerta, aun en la creencia de que jamás podría salir de la casa. Y la puerta se abrió.

Bajó los escalones de la entrada dirigiéndose hacia la pequeña. Le miró a los ojos y la niña sonrió. No volvió a subir aquellos escalones sino que vagó por la ciudad sonriendo a todos. Su amo lo vio pasear y también esbozó una sonrisa sin rencor. Había descubierto el joven que el amor infinito está en los ojos de los demás y en los de uno mismo. Había descubierto la Navidad.

María del Mar Martínez Marqués

FELIZ NAVIDAD


Por Rafael Ariza Guillén.

Noche de tregüa, noche de armisticio. Esta actualización del superhipermegaconocidísimo villancico alemán, "noche de paz, noche de amor", parece una triste reducción de los valores, un decepcionante recorte de nuestras espectativas. Pero que el ideal de la paz,se vea reducido a una mera tregua, que la manifestación de la energia creativa del amor, no llege más allá de una coyuntural renuncia a uso de las armas, cuando menos, si carece de las ínfulas de la grandeza, del embriagador aroma de los conceptos universales, se sustenta al menos en el sólido pilar del realismo. Menos es nada.

Con amor infinito, ebrios de caridad, con gran placer en esa noche de tregua en nuestra mano está dar una manta y alimento a un pobre, y la noche mágica obrará el milagro, al pobre le quedan ya sólo trescientos sesenta y cuatro días de frio y hambre. ¡Aleluya! Pero menos es nada.

Unos celebraremos en nacimiento de Dios, expresión que nos hemos aprendido de memoria, pero que somos incapaces de entender. Otros, reacios a dejarse llevar del fervor religioso, violentando la evolución de la propia naturaleza humana, celebrarán el solsticio de invierno. Si hace falta una dosis de fe de aquí te espero para asumir lo del nacimiento de Dios, para encontrarle un sentido real para nuestras vidas a lo del solsticio de invierno, con toda la fe del universo no hay bastante. Pero todos estaremos de acuerdo en que ese día, lo que quiera que sea lo que signifique, es una fiesta. Estar de acuerdo en eso es algo, y algo es más que nada.

Compraremos, consumiremos, comeremos, cantaremos, beberemos, daremos, recibiremos, gritaremos y rezaremos, nos alegraremos y nos enfadaremos. En torno a la mesa de los dulces y las hierbas amargas, nos felicitaremos la Pascua y nos haremos la "pascua". Ya se sabe lo que son muchos parientes y contraparientes juntos. Pero estaremos juntos para bien, y eso es mucho más que nada.

Dosmil años después de aquella noche como todas las noches, en aquella ciudad como todas las ciudades, donde nació un niño como todos los niños, cometeremos el error, repetido dos mil veces desde entonces, así sómos de cíclicos los seres humanos, de creer que la navidad es un día, y los demás días no son navidad. Un trescientassesentaycincoava parte de todo, es algo más que nada.


Pero como Dios, quien quiera que sea, desde antes del principio de los tiempos siempre ha escrito recto con reglones torcidos, y creo que piensa seguir haciendolo por los siglos de los siglos, y asume que al ser humano le pase lo mismo, nos dejará hacer nuestros casi nada y incluso no hacer ni siquiera eso y por toda respuesta, repetirá su insignificante acto de intrusismo en la historia. Solo un acto, y un acto muy pequeño además, muy poquito muy poquito, un acto débil, incierto y expuesto a todos los peligros, casi nada. Pero un casi nada que lo contiene Todo.

EL BUSCADOR, EL AVARO Y EL COLECCIONISTA

Rafael Ariza Guillén.

Durante mucho tiempo he sentido, hoy debo decir sentí mucho interés por el coleccionismo. Se puede coleccionar casi todo, y casi todos pueden coleccionar. Unos coleccionan durante un tiempo y lo dejan después, otros coleccionan toda la vida. Es posible que incluso haya algunos que no hayan coleccionado jamás. Por lo común es la infancia la época de la vida en la que nace el coleccionismo. Se acumulan cosas de poco valor, no por otro motivo que por las lógicas limitaciones de la infancia, y se encuentra en ello una satisfacción intima, un gozo extraordinario, un bienestar que no parece fácil de explicar. El tiempo selecciona y madura y aquel gozo que se encuentra en la acumulación, en la clasificación, en la posesión, en el fondo en el dominio de aquellas cosas, las que quiera que sean, o bien se pierde o se perpetua por toda la existencia.

Que hay detras de ello, no es algo fácil de determinar. Un buen dato para llegar a una conclusión es que es en la infancia donde se desarrolla ese interés por las cosas físicas, en sí mismas.
Coleccionar implica siempre una busqueda, una busqueda en realidad indefinida, de no se sabe que, pero de algo que indubablemente se desea, y el gozo de poseer el objeto, primero y los, en plural, acumulación, objetos después, implica que esa actividad es suficiente para satisfacer la busqueda emprendida. La acumulación, así, no es fin sino un medio para un fin mucho más personal. En realidad lo que busca el niño que colecciona es lo absoluto, lo absoluto con o sin mayuscula, personalmente creo que con mayúscula. Y los objetos son la forma de contactar con él, de ahi ese tan especial gozo que procude la acumulación-colección. Pero es un gozo inmaduro porque el contacto así concebido con lo Absoluto es también inmaduro. Es natural en los níños, es lo propio de los niños la inmadurez, pero la cosa cambia con los adultos.

El padre Teilhard de Chardin, en el epígrafe "la llamada de la materia" de "El Corazón de la materia", me descubrió este interesante aspecto de la psicología del ser humano, y de todo otro ser que coleccione. Allí escribió, "La consistencia, ese ha sido para mí indudablemente el atributo fundamental del Ser.Detenida prematura y estérilmente en su crecimiento, es, supongo yo, esta aprehensión inicial de lo Absoluto bajo la forma de lo Tangible, la que produce, por enanismo, al avaro...al coleccionista".


Resulta pues, ésta es nuestra psicología, que todos somos buscadores, y es el progreso en esa busqueda, lo que va determinando nuestra maduración. No hay realmente un punto de inflexión, ni un punto sin retorno, el proceso es progresivo, simplemente. Si progresamos adecuadamente aprendemos a buscar mejor, y aprendemos a comprender mejor que es lo que buscamos. Pero nadie nos garantiza el éxito, no es una historia ya escrito, sino que es un futuro que nosotros, yo y todos los demás, individual y colectivamente a la vez, vamos desarrollando, desenrrollando. El avance, la progresión, la maduración, discurra por caminos anchos o estrechos, se escriba con renglones rectos o torcidos, nos acerca a la meta, cuidado, sólo nos acerca a la meta, nunca nos lleva a ella, al menos por el momento. Los parones en el camino, los frenazos en el crecimiento, la frustración por "enanismo" de ése vector que sómos lanzado al infinito, produce las formas incompletas del ser humano. Son los que se detuvieron en un punto del camino y no siguieron más adelante. Los que dijeron "no puedo más y aquí me quedo". Los que quedaron incompletos. Los inmaduros, o para decirlo de manera más precisa, los que no han madurado todavía proporcionalmente a sus talentos.

El coleccionista que fui a dejado de tener gusto por las cosas coleccionables, porque ha aprendido que son solo una manifestacion incompleta de lo verdaderamente gozoso y desesable. jala, Dios quiera, esté de Buda, que no me afecte el enanismo de tal forma que me convierta en un avaro, máxima degradación del coleccinista, y sin embargo, subespecie formalmente tolerada o temida por la sociedad, apariencia respetable del síndrome de diógenes.