CUENTO DE NAVIDAD
Por: María del Mar Martínez Marqués
Erase una vez un joven que trabajaba como criado de un señor sin cobrar salario alguno. Simplemente estaba voluntariamente a su servicio en una casa majestuosa de principios del XIX.
(Inspirado en un sueño real).
Erase una vez un joven que trabajaba como criado de un señor sin cobrar salario alguno. Simplemente estaba voluntariamente a su servicio en una casa majestuosa de principios del XIX. La casa tenía una verja en la entrada y en la parte de atrás un enorme jardín pero en una pendiente muy pronunciada. Sólo había césped y al terminar el jardín una valla cubierta de cipreses. La casa estaba situada en medio de una gran ciudad moderna y llamaba la atención a los viandantes. Resultaba, además de anacrónica, un tanto misteriosa. Por eso nadie se paraba delante y todos la miraban por el rabillo del ojo pero sin dejar de andar.
El joven criado no podía salir de esa casa, había algo que se lo impedía. A través de los visillos veía, a escondidas de su amo, cómo se aproximaba la Navidad en la ciudad: las luces, el Belén del Ayuntamiento, el ajetreo de las gentes, la alegría en sus rostros... Nada había dentro de la casa que recordara la Navidad.
Pensó qué hacer para vivir la Navidad y se le ocurrió mandar un mensaje en una botella para que los del exterior le ayudaran a salir de la casa. Así lo hizo lanzando la botella por la pendiente del jardín, en la confianza de que alguien leyera el mensaje de su interior.
La botella rodó y se quedó entre dos cipreses a la vista de los paseantes. Tuvo mala suerte, primero la vio un niño que se entusiasmó, lleno de curiosidad, con la botella. Pero el niño, de corta edad, iba acompañado de su madre, que le hizo dejarla en su sitio inmediatamente apercibiéndole de que no volviera a coger cosas del suelo.
Después pasaron por allí unos adolescentes que naturalmente abrieron la botella leyeron el mensaje y se befaron de su contenido, rompiendo la botella contra el suelo.
El joven había perdido la esperanza de vivir la Navidad al no obtener respuesta a su mensaje. Pero el 25 de diciembre, una mañana muy luminosa, cuando se disponía a llevar el desayuno a su amo, al pasar por la puerta de entrada con la bandeja, vio a través de la ventana una niña que agarrada a la verja miraba fijamente hacia la casa intentando descubrir su interior. Sorprendido con que alguien se parara frente a la casa con tanto interés y sin ningún disimulo, dejó la bandeja en una ménsula cercana y decidió abrir la puerta, aun en la creencia de que jamás podría salir de la casa. Y la puerta se abrió.
Bajó los escalones de la entrada dirigiéndose hacia la pequeña. Le miró a los ojos y la niña sonrió. No volvió a subir aquellos escalones sino que vagó por la ciudad sonriendo a todos. Su amo lo vio pasear y también esbozó una sonrisa sin rencor. Había descubierto el joven que el amor infinito está en los ojos de los demás y en los de uno mismo. Había descubierto la Navidad.
María del Mar Martínez Marqués
Erase una vez un joven que trabajaba como criado de un señor sin cobrar salario alguno. Simplemente estaba voluntariamente a su servicio en una casa majestuosa de principios del XIX.
(Inspirado en un sueño real).
Erase una vez un joven que trabajaba como criado de un señor sin cobrar salario alguno. Simplemente estaba voluntariamente a su servicio en una casa majestuosa de principios del XIX. La casa tenía una verja en la entrada y en la parte de atrás un enorme jardín pero en una pendiente muy pronunciada. Sólo había césped y al terminar el jardín una valla cubierta de cipreses. La casa estaba situada en medio de una gran ciudad moderna y llamaba la atención a los viandantes. Resultaba, además de anacrónica, un tanto misteriosa. Por eso nadie se paraba delante y todos la miraban por el rabillo del ojo pero sin dejar de andar.
El joven criado no podía salir de esa casa, había algo que se lo impedía. A través de los visillos veía, a escondidas de su amo, cómo se aproximaba la Navidad en la ciudad: las luces, el Belén del Ayuntamiento, el ajetreo de las gentes, la alegría en sus rostros... Nada había dentro de la casa que recordara la Navidad.
Pensó qué hacer para vivir la Navidad y se le ocurrió mandar un mensaje en una botella para que los del exterior le ayudaran a salir de la casa. Así lo hizo lanzando la botella por la pendiente del jardín, en la confianza de que alguien leyera el mensaje de su interior.
La botella rodó y se quedó entre dos cipreses a la vista de los paseantes. Tuvo mala suerte, primero la vio un niño que se entusiasmó, lleno de curiosidad, con la botella. Pero el niño, de corta edad, iba acompañado de su madre, que le hizo dejarla en su sitio inmediatamente apercibiéndole de que no volviera a coger cosas del suelo.
Después pasaron por allí unos adolescentes que naturalmente abrieron la botella leyeron el mensaje y se befaron de su contenido, rompiendo la botella contra el suelo.
El joven había perdido la esperanza de vivir la Navidad al no obtener respuesta a su mensaje. Pero el 25 de diciembre, una mañana muy luminosa, cuando se disponía a llevar el desayuno a su amo, al pasar por la puerta de entrada con la bandeja, vio a través de la ventana una niña que agarrada a la verja miraba fijamente hacia la casa intentando descubrir su interior. Sorprendido con que alguien se parara frente a la casa con tanto interés y sin ningún disimulo, dejó la bandeja en una ménsula cercana y decidió abrir la puerta, aun en la creencia de que jamás podría salir de la casa. Y la puerta se abrió.
Bajó los escalones de la entrada dirigiéndose hacia la pequeña. Le miró a los ojos y la niña sonrió. No volvió a subir aquellos escalones sino que vagó por la ciudad sonriendo a todos. Su amo lo vio pasear y también esbozó una sonrisa sin rencor. Había descubierto el joven que el amor infinito está en los ojos de los demás y en los de uno mismo. Había descubierto la Navidad.
María del Mar Martínez Marqués
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